Fuente: Página 12
De manera casi brusca Nunca es tarde para amar nos envuelve desde su mismo inicio en el sexo y la pasión de los amantes. Palabras que son excusas, situaciones que preludian aquello que ambos saben que quieren y, cuando lo encuentran, lo disfrutan a pleno, vitalmente, desprejuiciadamente. Será algo del mismo desprejuicio citado lo que coloque al film del alemán Andreas Dresen como uno de los raros títulos que se atreve a indagar en una historia sentimental, afectiva y sexual, cuyos protagonistas rondan los setenta años de edad. Elemento que permite contrastar el «modelo afectivo» que el mismo cine «el más comercial» postula desde figurines siempre jóvenes, atentos a los dictados de la moda y el mercado.