El árbol de la vida, lo nuevo del siempre interesante Terrence Malick, es un poema visual, una experiencia cinematográfica única que no deja mucho espacio a los veredictos tibios: La amas o la odias.
Y puede que lo más difícil sea decantarse por el blanco o por el negro tras asimilar el torrente de experiencias -sensoriales y metafísicas- que propone Malick en la que es su cinta más autobiográfica. Un punto, el autobiográfico, que no se molesta para nada en enmascarar. En Waco (Texas), su ciudad natal, ocurre todo. Es allí donde se inicia esta heterodoxa película, con el dolor de una familia, los OBrien, ante la pérdida de uno de sus hijos.