Séraphine: El arte de narrar en imágenes

seraphine 2Por Katherine Ríos (www.dilemas.cl)

Resulta ser insoslayable no quedar prendido a la Séraphine Louis que el realizador francés Martin Provost (Cocon, El vientre de Juliette) nos presenta audazmente, más aún cuando se trata de llevar a la pantalla grande una obra biográfica de la  enigmática y particular vida de esta pintora francesa del movimiento naif de principios del siglo XX; y aún más riesgoso es cuando se trata de una ignorada artista que padece de ideas delirantes y transtornos sicólogicos.

Muy por el contrario, sin recurrir a ningún tipo de «cursilería» ni mucho menos escudarse en el «sensibilismo» en el cual podría fácilmente caer, esta propuesta es narrada poéticamente a través de las imágenes, los silencios y las sensaciones de una protagonista que nos va develando su amor por la naturaleza (ella dice que cuando está triste sale a pasear por el campo, toca los árboles, habla a los pájaros, a las flores, a los insectos y se le pasa). Y es que es justamente su acertada fotografía la que embarca al espectador a través de paisajes verdes y universos colmados de naturaleza, parajes que el espectador desea habitar más que visitar. Sonidos de grillos, campanadas y de aguas que fluyen, acompañados de planos generales de prados, atardeceres y frondosos árboles -que más que escenas parecen ser cuadros que cobran vida- dan dimensión al distrito de Senlis (Francia) evidenciando inmediatamente la sensibilidad de Séraphine a través de un primer plano a sus dedos mientras ésta los sumerge en un río.

Así comienza esta pausada y bucólica narración que dista mucho de ser un viaje inmóvil. Con tonos más bien grises que realzan la miseria y soledad en la cual la artista vive, poco a poco se va descubriendo su motivación: pintar. Acompañada siempre de una cesta y una sombrilla, recorre distintos lugares para obtener los materiales que luego la llevarán a trazar con sus dedos sobre madera empleando una particular técnica. Barro, flores silvestres, cera de vela e inclusive sangre de animal son parte de su arsenal que naturalizan aún más sus pinturas. En la naturaleza anida su inspiración para crear atmósferas vivas, con colores cálidos, y que tal vez evocan seres microscópicos moviéndose de una lado a otro. Sin embargo, ella declara que su inspiración proviene de «arriba» y es «su ángel de la guarda» quien la impulsa a pintar. Es entonces cuando la película juega con la divinidad y muestra a una protagonista ligada a las creencias, al mundo de la fe: ahí reside el punto de fuga para escapar de su realidad, para no recordar que ha sido olvidada por una sociedad elitista y llena de prejuicios. En ese sentido se contraponen la marginalidad con la burguesía que posterga a una Séraphine Louis que debe pintar en secreto de madrugada.

Contextualizada en el período de entre guerras, el film nos relata su vida desde la época en que fregaba pisos y trabajaba como empleada en una casona en Senlis y de cómo, tras conocer al coleccionista y crítico de arte alemán Wilhelm Uhde – para quien además trabajaba como aseadora-, comienza a lograr recocimiento como artista luego de que él descubriera casualmente su talento gracias a una naturaleza muerta de manzanas que halló en medio de una reunión de intelectuales.

Con una magnífica y sincera actuación de la belga Yolande Moreau (Amélie, Quand la mer monte) entrega corporeidad a una Séraphine con matices de ingenuidad. A ratos lunática, a ratos lúcida, da vida una mujer inculta, observadora y huraña; una densidad que más allá de la marginalidad y distanciamiento del personaje, logra de todas formas enternecer hasta la más fría de las sensibilidades acercando al espectador hacia al actor y haciéndolo empatizar con la protagonista. Séraphine como personaje principal es lo suficientemente sustancial e interesante para mantenernos atentos durante las dos horas que dura la película. Una Séraphine descalza que no sabe manejar una realidad que nunca antes ha vivido al verse inmersa en su fugaz momento de lujo, del cual será despojada más tarde debido a la gran crisis de 1929. Por aquella conexión que se vive con el personaje en ningún momento somos indiferentes a su situación, nos intriga su devenir en cada escena. Lo mismo ocurre, en menor grado, con Wilhelm Uhde (Ulrich Tukur), quien apoya a la protagonista dentro de un contexto de vulnerabilidad social. Su homosexualidad es abordada con una sutileza que pocas veces se ve en la pantalla. Él es quien empuja y motiva al personaje central para que continúe pintando, y será quien más tarde pase a ser su mecenas.

Por último, no es azaroso que esta obra haya obtenido el premio César por Mejor Música, ya que destaca el virtuosismo de violines rasgados a cargo del norteamericano Michael Galasso (quien particapara además en la banda sonora del film chino «Con ánimo de amar»), acentuando con matices un tanto barrocos aún más la emocionalidad dentro del film en escenas ligadas a la soledad, a la muerte y al encuentro.

Definitivamente una película distanciada de la pedantería de cierto cine europeo que convoca a pensar sobre la inspiración de un artista. Un relato centrado en las sensaciones, sentimientos y creencias.

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Ficha Técnica
Dirección: Martin Provost.
Países: Francia y Bélgica. 2008
Censura: 14 años
Duración: 125 min.
Género: Drama biográfico
Interpretación: Yolande Moreau (Séraphine), Ulrich Tukur (Wilhem Uhde), Anne Bennent (Anne Marie), Geneviève Mnich (Sra. Duphot), Nico Rogner (Helmut Kolle), Adélaïde Leroux (Minouche), Serge Larivière (Duval), Françoise Lebrun (madre superiora).
Guión: Martin Provost y Marc Abdelnour.
Producción: Miléna Poylo y Gilles Sacuto.
Música: Michael Galasso.
Fotografía: Laurent Brunet.
Montaje: Ludo Troch.
Dirección artística: Thierry François.
Vestuario: Madeline Fontaine.
Premios: Ganadora de 7 Premios César por Mejor Película, Mejor Actriz, Mejor Guión, Mejor Música, Mejor Fotografía, Mejor Dirección Artística, Mejor Vestuario.

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