(Fuente: la nacion.com.ar)
Nada más justificable que el premio al mejor director que el jurado de Berlín otorgó a Roman Polanski. El escritor oculto, seguramente su mejor película en muchos años, es un triunfo de la puesta en escena, la obra de un maestro que no sólo concibe imaginativas soluciones visuales para resolver momentos clave (el final en la tarde ventosa de Londres basta y sobra como ejemplo), sino que también sabe sacar el máximo provecho expresivo de cada elemento que interviene en la imagen. Desde la desolación de la isla de Massachusetts siempre lluviosa, fría y gris y la moderna y glacial mansión donde transcurre buena parte de la historia hasta la búsqueda del efecto dramático mediante la elección del ángulo de la cámara, la duración de cada plano y el empleo de una música que remite a Bernard Herrmann, todo contribuye a crear el clima ominoso, paranoico y a ratos claustrofóbico que domina el film desde el primer momento.
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No es un thriller político en sentido estricto, si bien todo gira en torno de un ex primer ministro británico, Adam Lang, caído en desgracia y acusado de haber entregado a la CIA a sospechosos de terrorismo que luego fueron torturados, y del joven periodista que llega a la isla contratado como escritor fantasma (o negro, o ghost writer) para completar la redacción de las memorias del político tras la muerte (¿accidental?) del profesional que estaba realizando la tarea. El visitante sin nombre, acostumbrado a escribir autobiografías ajenas, carece de interés en la política: es un tipo cualquiera que, como tantos personajes de Hitchcock, se verá atrapado en una peligrosa red de intrigas en la que se mezclan crímenes de guerra, conspiraciones, asesinatos y personajes poderosos que, como suele suceder, actúan en las sombras.
La tensión (también la doméstica) es perceptible desde que el muchacho llega a la mansión y se multiplica cuando se sabe que La Haya procesará a Lang; para evitar la extradición deberá permanecer en los Estados Unidos, que no reconocen a la Corte Internacional. (Imposible no reparar en las coincidencias con el caso Polanski, aunque el film fue rodado antes de que el cineasta fuera detenido en Suiza.) La atmósfera se vuelve más amenazante a medida que el escritor investiga la muerte de su antecesor y se interna en terrenos cada vez más resbaladizos.
Polanski, que prefiere colocar la violencia fuera de escena y jugar con las ambigüedades, conduce admirablemente a sus actores (McGregor, Brosnan, Williams, Wilkinson), evita los clichés y administra el suspenso con mano firme hasta el final. Concreta así un relato apasionante.
Fernando López