El más ambicioso documental marino jamás filmado asombra en cada minuto por su hipnotismo visual y su armonía técnica. Poca información y toneladas de belleza en un trabajo que se antoja escaso tras lo arduo de su proceso constructivo.
Al otro lado del espejo azul hay todo un cosmos de vida incontenible, constante y en muchos aspectos desconocido aún para el hombre, eterno colonizador. “Océanos” llega como el más ambicioso recorrido documental jamás filmado, una propuesta firmada por Jacques Perrin y Jacques Cluzaud que nos invita a conocer como nunca antes -por cuestión de esfuerzo y formato- un universo ingrávido, fascinante y, como no podía ser de otra manera, permanentemente amenazado.
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Aunque no encontremos en este caso, en la narración que nos acompañará en el camino (con el marcado tono del propio Perrin en la versión original), un especial tono hiriente -más allá de lo inevitable- hacia la humanidad destructiva de la que todos formamos parte.
Cuentan los responsables de este súper documental -etiqueta tan simple como exacta- con múltiples factores a su favor. Por un lado, un marco infinito y fascinante en el que moverse; por otro, los tremebundos avances técnicos, tecnológicos y ópticos que permiten transitar como nunca por el lecho marino; y todo ello sin olvidar la absoluta predisposición de un público que acudirá las salas con actitud radicalmente opuesta a la exhibida por buena parte de la audiencia televisiva de sobremesa, que acude a este género en busca de un efecto sedante que aquí no encontrará en modo alguno. Porque “Océanos” embriaga en cada secuencia, en cada plano, en cada episodio de este testimonio no siempre mudo de la vida cotidiana de nuestros hermanos acuáticos. Y lo hace, además, sin más adornos de los necesarios, sin más piruetas que las que regala la naturaleza que flota ante nuestros ojos.
Con una narrativa atípica, la voz en off no instruye en una continua charla didáctica, sino que sencillamente adorna las transiciones espaciales con tono tan manso como cercano. No se evita, eso sí, el aviso recurrente de la amenaza del hombre sobre la biodiversidad y sus trágicas consecuencias, aunque siempre desde un prisma esperanzado, sin rotundidades catastrofistas. Por otra parte, el aspecto visual se apoya increíblemente en el contrapunto sonoro, ya sea en forma de vibrante acompañamiento musical de las escenas o como percepción de los sonidos marinos, un continuo crepitar, reptar, susurrar, respirar o gritar en última instancia, dibujando un fresco maravilloso, inmortalmente disfrutable.
José Arce