Por Gabriela García (La Nación Domingo)
Dicen que los peces no tienen memoria. Que sus recuerdos sólo duran tres segundos. Si la cuarta película de Matías Bize está repleta de estas criaturas multicolores puede que el amor esté condenado al fracaso.
Turistas, silenciosos, frágiles, fugaces. La soledad arde en medio de la multitud. Los cetáceos no olvidan las caras de sus depredadores. Los humanos tampoco.
“Deberían darnos dinero por destruir nuestros mejores recuerdos”, ruega Andrés (Santiago Cabrera), el protagonista de la cinta. Como Jim Carrey en “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, le duele enfrentarse a un amor que abandonó. Han pasado diez años. Se le está haciendo demasiado tarde.
“EL AMOR PASA Y QUEDA”
El filme se llama “La vida de los peces” y tiene el romanticismo del director según María Gracia Omegna. Junto con Alicia Rodríguez, Luz Jiménez y Francisca Cárdenas, es la nueva musa del director que cuando apenas tenía 23 años estrenó su ópera prima en el Festival Internacional de Cine de Mannheim-Heidelberg: “Sábado”, la tragedia de una novia engañada.
Representantes de tres generaciones diferentes, las actrices se suman por primera vez al elenco que encabeza su protagonista eterna, Blanca Lewin. Todas coinciden en que trabajar con él es un privilegio. Aquí explican por qué.
“Matías escribe como si bordara un mantel, con una dedicación extraordinaria”, dice la actriz que en televisión se hizo entrañable con su papel de Mama Pasca y que de la mano de Bize debuta como la nana de un amigo del que sólo quedan fotos sonriendo por la casa.
El protagonista recorre las habitaciones de una mansión ubicada en San Damián y se reencuentra con ese pasado. Todo en una sola noche y mientras los peces a distancia parecen células bailando enamoradas. Esto a Jiménez la hace llorar. “Me gusta mucho el tema de volver a un lugar. Todos vivimos eso tarde o temprano. Es una experiencia íntima, pero universal”, expresa. Y dice que la magia de Bize radica justamente en “el cariño con que enfrenta las escenas”. “Cuida mucho los detalles, es una persona auténtica y de una sencillez extrema”, afirma sobre el joven que la llamó directamente para ofrecerle el papel en una cinta donde la emoción tiene la tensión de un nudo en la garganta.Imagen
Ella ya había adorado su filme “En la cama” y no pudo decirle que no. Rodando dos días enteros, antes tuvieron ensayos y lecturas de los textos.
“Me encantó esa escena en que ambos protagonistas están frente a la pecera. Es el destino, la fragilidad, la eterna pregunta que nos hacemos a solas: ¿Y si hubiera hecho otra cosa? El amor pasa y queda. Tiene errores. Es algo que todos hemos vivido”, explica Jiménez.
CÁMARA DISCRETA
Otra actriz que recibió el llamado de Bize fue Alicia Rodríguez. El director la había visto en “Navidad” como una adolescente atormentada y quedó prendado. Invitada a un casting para el rol de una chica drogada, ella dice que nunca ha sido ambiciosa, pero que al ser convocada de inmediato se hizo la ilusión de “ser parte del rodaje de uno de los directores jóvenes más consagrados del cine chileno”. “Recuerdo que las grabaciones fueron muy exigentes. Primero porque grabábamos de noche. Y segundo porque siempre es fácil llegar, pero difícil irse de los personajes”, señala quien dentro de la fiesta en la que transcurre la película parece ser la más lúcida.
“Eso tienen los que viven en un mundo paralelo, no tienen filtro. De hecho es la única que afronta un tema que es tabú para estos amigos que se reencuentran, que es la muerte de uno de ellos. Matías me pidió no caricaturizarlo. Hacerlo lo más natural posible, por eso al abrirnos a la posibilidad de consumir hongos de verdad para la escena terminamos desechándolo. Era un riesgo muy grande y Matías se cagaba de miedo de que saliera mal”, revela sobre un trabajo que incluyó varias pruebas.
“Matías Bize es muy distinto a (Sebastián) Lelio. Él va al grano, es muy seguro de sí mismo, perfeccionista y claro en sus instrucciones. Es algo que te sorprende, porque él es muy tímido lejos de las cámaras. Es muy discreto, si no está hablando de sus películas”, revela la actriz, que además trata de explicar por qué “siempre terminamos viendo historias de amor”. “Es algo inevitable, quizá orgánico. Es bonito ver cómo vuelven a florecer sentimientos, es grata una película que te cause esa emoción”.
ABORTAR MISIÓN
María Gracia Omegna coincide con Alicia Rodríguez, pero además suma un antecedente: esta película le parece muy generacional. “El amor lo mueve todo, es cierto. Pero las mujeres, especialmente mayores de 30, lloran mucho al final de la función. Debe ser porque están viviendo una etapa en que ya no puedes volver atrás, no puedes desmoronar tan fácil lo que has construido, pero aun así siempre está la tentación de abortar misión. Empezar de cero o como dice la protagonista, ‘asomarse a otra vida’. No tienes la libertad de mandar todo a la mierda. Y esa adolescencia, donde estuvo el amor más primario, es una utopía irresistible. Ese amor es el más intenso y lloras porque te pasó o te pasará”, relata quien llegó a la historia de Bize a la mala. Averiguando a la contra el lugar de la audición, llegó como invitada de piedra y se fue como una triunfadora. “Me colé en un casting”, ríe, “quería hacer cine y él (Bize) me parece un director notable. Sus historias son sencillas, muy de autor. Pero además no le tiene miedo a los silencios. Es muy bonito eso”, agrega.
Al igual que sus compañeras, Omegna piensa que el carácter del hombre de “Lo bueno de llorar” es muy especial. “Tiene un carácter manejable, pasivo, que te da mucha libertad y confianza. Parece tímido, pero jamás te inseguriza”, dice quien encarna a la hermana chica del amigo ausente.
Aunque pequeña, su escena borracha y seductora representa según la actriz “la energía de la generación pingüina”. “Me refiero a la intensidad con que viven los jóvenes ahora. Son mucho más desinhibidos, no piensan tanto, se lanzan y tampoco tienen tapujos en coquetearle al amigo del hermano mayor”, cuenta sobre una cinta donde el adiós no tiene nombre. A diferencia de los peces.