La ira de Herzog

un_policia_corrupto-3Jueves 12: Últimas dos funciones de «Un policía corrupto».
Ver ficha y horarios de la película.

(Fuente: La Nación Domingo)

A primera vista, “Un policía corrupto”, de Werner Herzog, podría considerarse una más de esas películas fallidas de un director que todavía puede vanagloriarse de su pasado. Porque al lado de “Aguirre o la ira de Dios”, “Fitzcarraldo” o “Grizzly man”, es simplemente una cinta sobre un policía enganchado a las drogas. Pero detrás de esa aparente sencillez, Herzog toma distancia: acá el tema no es la corrupción sino la decadencia moral.

No son los actos de violencia, sino la violencia como estructura y todo esto teñido de un halo lisérgico, con alucinaciones y clichés que perfectamente podrían pasar por antojos de director novato, pero que esconde una idea bastante clara sobre Estados Unidos hoy.

En la cinta Nicolas Cage es Terence McDonagh, un policía de Nueva Orleans adicto a la cocaína, mentiroso y sin ningún respeto por las leyes que debe investigar un ajusticiamiento en el que murieron cinco personas. Atormentado por las deudas y la adicción, McDonagh no duda en violar, sobornar prostitutas, robarse los encautamientos de drogas y acercarse al propio infierno, todo esto mientras intenta dar con los asesinos y seguir proveyendo de drogas a su novia prostituta (Eva Mendes).

Basada en la cinta homónima que Abel Ferrara dirigiera en 1992, Herzog hace de esta nueva versión una insinuación. Es en apariencia una cinta accesible y con actores agradables para las masas, pero detrás de ese velo hay un retrato sobre las contradicciones de un hombre que debe repartir justicia en una ciudad que ha sido devastada por la naturaleza -del medio ambiente y del hombre- y que de paso absorbe lo peor de ella.

Herzog elige muy bien donde desarrollar la historia. Nueva Orleans después del huracán Katrina es un pantano alejado de la mano de Dios, literalmente. El agua ha sacado a los cocodrilos a las calles, el ambiente se siente caluroso y transpirado, la ciudad refleja los efectos de la inoperancia y la indiferencia que mostrara la política de George W. Bush.

Acá en este territorio febril, Herzog lanza a Terence, lo echa a su suerte, que es la misma suerte que vive la comunidad negra inmigrante que ahí vive. No se trata de justificar al personaje. No se trata sólo de mostrar cómo un policía en otrora justo se convierte en un corrupto. Herzog pareciera no ver esperanza en esta forma de vida donde sólo sobrevive el que es capaz de desfundar la pistola sin miramientos.

Por eso descolocan algunos pasajes donde se asoma la bondad o la redención, como el intento de la novia por rehabilitarse o la abuela del testigo de los asesinatos que lo defiende a brazo partido. No, esos gestos son sólo píldoras que no hacen más que ahondar en la locura de Terence que alucina con iguanas y cadáveres que bailan.

No es un policía adicto o enfermo, de ahí la importancia que se desarrolle en Nueva Orleans, porque devela que lo peor del desprecio humano, no es una decisión individual, para Herzog todo está decadente, infernal e imperdonable.

Por Lídice Varas.

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